Por José Ignacio Vial.
Hace algunos meses me tocó ver una mañana en twitter, como un sacerdote, ferviente defensor de la causa Mapuche, denunciaba la violencia de Carabineros en un allanamiento a la comunidad de Temucuicui, lo que minutos después era retwiteado afanosamente por un conocido dirigente estudiantil. Esa tarde leí en la prensa que uno de los carabineros que había participado en dicho allanamiento, en el cual se encontró diverso armamento, había muerto por un impacto de bala en el cuello: fue la triste noticia del asesinato del carabinero Albornoz. El sacerdote, si bien manifestó su rechazo a la muerte del uniformado, denunció que la raíz del problema eran las forestales que se adueñaron ilegítimamente de los terrenos indígenas décadas atrás. Del dirigente estudiantil que tanto retwitió no supe más.
Desde que tengo memoria el asunto indígena es tema. La referencia que tenemos de él, por lo general, son los atentados incendiarios a fundos y predios forestales, enfrentamientos con carabineros, quema de camiones, y de vez en cuando, la desgraciada muerte de algún uniformado o joven activista. Son estas las imágenes que se nos vienen a la cabeza porque es prácticamente lo único que la prensa muestra, refiriéndose sólo al asunto cuando hay violencia, reduciendo todo a un conflicto entre la represión y el violentismo, sin añadir matices, aristas, causas, historia, ni ningún otro elemento por esencial que sea tanto para comprender las causas del problema, como para encontrar soluciones reales al mismo.
Porque si bien existe una situación compleja con los indígenas en Chile, ésta va más allá de los hechos señalados, y comprende no sólo cientos de años de mala convivencia entre los distintos pueblos, sino también una actitud arraigada de negación tanto de nuestro pasado común como de la sangre mapuche, atacameña, diaguita o kaweskar, (entre otras) que corre o pudiera correr por nuestras venas. Situación profundizada, además, por el hecho de que nos cuesta valorar la cultura indígena en nuestra historia, siendo muy pocos los casos en donde se destaca su valor y aporte a la construcción de nuestra identidad nacional.
Pero al final del día, si es que hay piedras de tope que no permiten avanzar, éstas son las propuestas planteadas para solucionar el problema. Mientras algunos creen que no hay nada que resolver y que el conflicto se da sólo por unos cuantos violentistas radicales, otros consideran que la solución pasa por prácticamente restaurar el estado de cosas que existía hace cinco siglos. Y así como se reduce el diagnóstico a un problema de violencia o represión, las soluciones también se han ido polarizando, consolidándose una dialéctica entre aislacionismo y asimilación.
Por lo mismo, y dejando las ideologías de lado, es hora de empezar a buscar una solución armónica e integral del tema, abandonando los extremos e intentando trabajar por una confluencia, en la cual, sin que nuestros pueblos originarios pierdan su identidad y sin intentar borrar lo que los distingue, se trabaje por una verdadera integración de las culturas indígenas de nuestro país. Se tiene que pensar, diseñar e implementar una estrategia de real integración, sin que eso derive en un proceso de asimilación.
Debemos hacerlos parte de nuestra sociedad reconociendo su riqueza, buscando formas de destacar y mantener sus costumbres, lenguas, tradiciones y formas de vida; preservar su valoración de la tierra, la organización de sus comunidades y tantas otras cosas que la mayoría de los chilenos desconocemos. Esta podría ser una verdadera alternativa que nos permita salir de la situación reinante de olvido, resentimiento, odio, vergüenza y negación que ha imperado los últimos años.
Se requiere también que los medios dejen de hablar sólo de los focos de violencia y comiencen a mostrar las comunidades pacíficas que habitan nuestro país, y no sólo las mapuches, sino también la historia, el aporte y el estado actual de las otras culturas que se pueden encontrar en nuestro territorio nacional. Partiendo por acciones tan simples como mostrar aquellos casos en que las comunidades han construido grandes organizaciones y proyectos que permiten conservar parte de nuestro patrimonio histórico, cultural y ambiental como ocurre en San Pedro de Atacama en el norte o Caleta Cóndor en el sur. Este podría ser el inicio de un cambio real que nos lleve a una revalorización verdadera de nuestro patrimonio étnico y cultural.
Todo ello sumado a la creación de políticas públicas, que más que limitarse a la simple entrega de tierras, conformen un plan integral que apunte a sacar a las comunidades de la pobreza material y el aislamiento social, promoviendo junto con ello aquellos aspectos que los identifican, respetando su cultura, pero haciéndolos parte de la sociedad chilena. Por este camino podría conseguirse una solución que logre, finalmente, llevar a los distintos pueblos que conforman nuestra nación, a un sitial de igualdad, valoración y respeto, que permita una convivencia pacífica y genere un real sentido de pertenencia y amistad cívica.
Porque la experiencia nos ha demostrado que ni más carabineros ni meros estatutos autonómicos van a solucionar esto, es que urge una respuesta integral, que aborde la situación con sus diversos matices y con la delicadeza, trabajo, esfuerzo e ingenio que las circunstancias, el país y la historia nos exigen.
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