Por Víctor Jaque.
Hace unos años, Iván Moreira – frente a periodistas y cámaras de TV – trataba a Jorge Schaulsohn de “maricón” en los pasillos del Congreso y le regalaba un certero golpe en el rostro. Mientras Augusto Pinochet estuvo detenido en Londres, el hemiciclo fue caldo de cultivo para conatos y agresiones verbales diarias. En mayo de 2010, el diputado PS Fidel Espinoza supuestamente le dijo “momia conchetumadre” a su colega UDI María José Hoffman, y en noviembre del mismo año, el diputado PPD Jaime Hales, en plena comisión le dijo a su colega UDI Jorge Ulloa que era un “chupa fusiles”.
La política es una actividad violenta que suele dejar heridos o muertos (mediáticamente hablando, sino pregunte por Arturo Frei Bolívar o el mismo Fra Fra, por ejemplo) en el camino. Algunos pagan el costo de caminar por veredas ideológicas opuestas, mientras que otros simplemente tienen que ser sacados en pos de un “bien mayor”, que generalmente no es otra cosa que mantener todo tal cual como está, aunque eso beneficie a unos pocos.
El conflicto educacional, el descontento social con la forma en que funcionan los bancos, retail, supermercados, transporte, farmacias y la sensación generalizada de que nos están cagando obliga a los políticos a moverse en aguas que no les son conocidas y que, en rigor, esquivan de manera constante. Sin duda, ahora no tienen la manija de la situación y sólo reaccionan para esquivar el golpe que la ciudadanía les da, o en el peor de los casos, tratar que duela lo menos posible.
Los alcaldes Pedro Sabat, junto a Cristián Labbé y Francisco de la Maza, han dado muestras de que la clase política en general dejó hace rato la corbata para ponerse pintura de guerra y andar con el cuchillo entre los dientes. Otrora candidatos seguros (y bastiones de la derecha en Santiago) que corrían solos, ahora tienen una oposición decidida a “botarlos” del poder. Sin duda, evidencian un síndrome que también afecta a muchos en la Concertación: no pueden pretender que los cargos que la población les confirió sean eternos y no se les pueda cuestionar o – peor aún – sacarlos si lo hacen mal.
Todo el espectro político se liberó de sus caretas y en esta pasada la UDI es la que más pierde: demasiados cruces entre religión, poder, dinero y política los deja con un rango de acción muy limitado. Si van contra los empresarios, van contra ellos mismos. Si van contra el lucro en la educación, van contra ellos mismos. Si van contra el sistema binominal, van contra ellos mismos. El partido comunista tampoco lo hace nada de mal: no sacan nada con alimentar movimientos sociales si a la cabeza de su colectividad se mantienen los mismos que pactan con la Concertación y son rechazados por parte de sus propias bases.
La Concerta es un caso muy diferente. Van dos años de gobierno y aún no se empapan del rol de oposición, rango que por lo demás el pueblo les otorgó por medio de los votos. Mientras la gente marchaba en las calles, ellos discutían si cambiarle o no el nombre al conglomerado. Mientras la gente aguantaba chorros de agua, ellos entre cuatro paredes definían listas para las elecciones venideras.
Pedro Sabat dice que es hijo de taxista, que lucha por la educación pública y que se ha esforzado por hacer colegios municipales de excelencia. Lo que Sabat (y el resto menos) entiende es que si las calles están limpias y los funcionarios públicos están correctamente uniformados no es porque su inspiración se los dicta, sino que es lo mínimo que sus electores esperan de ellos.
¿Se acuerdan del ex alcalde de Iquique Jorge Soria, el choro Soria?
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