Por José Ignacio Vial
Si por algo será recordado este verano, además de las protestas de Aysén y lo malo del festival de Viña, es por los incendios forestales.
El 2012 nos recibió con una triste noticia, más de 15.000 hectáreas se quemaron en la Torres del Paine, hecho al cual le siguió una vorágine de incendios en la zona centro sur del país (Pichilemu, Quillón, Florida, Nueva Aldea, Valparaíso, etc.), al punto, que a la fecha la CONAF habla de 83.000 hectáreas quemadas, cuando el promedio de los últimos 10 años han sido 53.000. Lo anterior es paradójico, porque si bien la cifra de incendios se ha reducido en comparación a otros años, la cantidad de hectáreas afectadas se ha disparado (los incendios intencionales al parecer han sido cuidadosamente planificados).
Pero el corolario a todo esto fueron los incendios ocasionados en Viña del Mar, que dejaron cerca de 73 casas dañadas, 57 completamente destruidas y más de 500 damnificados, el resultado, los perjudicados fueron los mismos de siempre, los que tienen menos recursos. Aquellos que viven en lo que se denomina la interfase bosque-ciudad (es decir periferias) son los que ven sus casas arder y su trabajo irse con el humo.
Mucho se ha dicho sobre los incendios, al comienzo el mundo virtual rasgaba vestiduras por el “desastre de las Torres”, todos pedían a gritos que la lluvia frenara el avance de las llamas y muchos no paraban de criticar desde sus computadores el actuar de la CONAF, dando cátedra de cómo apagar un incendio forestal desde sus escritorios… dos meses después tres chilenos que ingresaron ilegalmente al conocido parque eran expulsados por haber sido sorprendidos haciendo una fogata (lo que está expresamente prohibido) en un campamento. De haber habido viento, podríamos haber presenciado otro “numerito” como el de principios de enero.
Porque al fin y al cabo ese es el problema, a pesar de todo lo que ha ocurrido, los brigadistas muertos, las decenas de miles de hectáreas quemadas, las casas destruidas y los cientos de damnificados, los incendios siguen y seguirán ocurriendo porque somos los mismos chilenos quienes los ocasionamos (salvo casos puntuales, claro).
El 99,7% de los incendios ocurridos en el país tienen características antrópicas, es decir, son ocasionadas por hombres, y de estos aproximadamente el 30% son intencionales y un 55% son accidentales. Por lo tanto, los grandes responsables de los siniestros hemos sido nosotros mismos, quienes de distintas formas hemos contribuido a que estas cosas ocurran, sea que los ocasionamos de forma voluntaria o negligente, sea que actuamos como cómplices con nuestro silencio, con nuestra falta de responsabilidad o falta de involucramiento en el tema.
Dichas actitudes se ven fuertemente agravadas por las bajas sanciones que hay para esta clase de delitos, lo cual ha dado a que en muchos casos se den verdaderos ejemplos de piroterrorismo, que cuestan la vida de personas, significan millonarias pérdidas para el Estado y privados, y en donde los autores salen prácticamente impunes.
Terminar con los incendios forestales no pasa, como señalan muchos desde sus blogs, por tener más helicópteros, brigadistas, motobombas y camionetas, ya que tal como ocurrió en las Torres, si las condiciones son adversas no hay mucho que hacer contra un siniestro que avanza a decenas metros por minuto consumiendo rápidamente todo a su paso, en zonas de muy difícil acceso.
La verdadera solución pasa porque seamos conscientes de que al provocar un incendio no sólo estamos destruyendo un patrimonio que nos pertenece a todos (parque nacionales), o a algunos (plantaciones forestales), sino que estamos destruyendo fuentes de trabajo, paisajes, casas e incluso vidas que no se podrán recuperar.
Por mucho que se destinen recursos en equipos, personal y campañas de prevención, poco será el efecto si no cambiamos nuestra cultura, si los autores no dejan de quemar intencionalmente los bosques y pastizales, si los infractores no comienzan a cumplir las reglas de los parques, si todos los que somos capaces de avisar sobre un foco cuando lo vemos no comenzamos a hacerlo, y si los que pudiendo denunciar a los provocan los siniestros continúan con su indiferencia. Mientras no adquiramos la conciencia de que éste es un problema que nos involucra a todos y en el cual todos somos responsables, si no cambiamos nuestra actitud y no comenzamos a ser solidarios con el medio ambiente y con los demás, continuaremos viendo como verano a verano nuestros bosques se hacen humo.
(Cada hectárea son diez mil metros cuadrados, la cancha del estadio nacional tiene siete mil).
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