Por José Ignacio Vial.
Gran revuelo ha generado la construcción de mall de Castro durante las últimas semanas. Múltiples fotos, columnas, cartas al diario, opiniones de arquitectos, entre otras, han denunciado la situación que se vive en la ciudad de Chiloé.
Y es que las razones que tiene la gente para estar molesta son muchas: la destrucción de la armonía arquitectónica, la desobediencia a la autoridad y a las condiciones en que se autorizó la construcción, planes reguladores hechos a la medida de los cuestionados dueños, la falta de aprecio por la identidad y la cultura del lugar, el colapso al que estamos sometiendo a nuestras urbes por la falta de planificación, el poco cuidado de los cascos históricos de nuestras ciudades, y un largo etcétera. Además, para echarle más bencina al fuego, lamentablemente quienes están detrás, el grupo Pasmar S.A., ya ha sido protagonista de situaciones similares en la región (Mall de Pto. Montt y la controvertida construcción del mall de Pto. Varas), donde han sido denunciados por una serie de irregularidades, como los problemas que han tenido con los trabajadores de sus supermercados, la construcción de publicidad en lugares públicos sin los permisos correspondientes y violación sistemática de normas para la descarga de productos de sus empresas.
Pero, sin perjuicio de lo anterior, hay dentro de las múltiples opiniones y declaraciones, una cosa curiosa y que no nos debería dejar de llamar la atención: el hecho de que fuera la gente de Santiago la que inició esta campaña de oposición. Porque mientras en la capital el asunto copaba diarios, inundaba las redes virtuales y se transformaba en tema de conversación, los habitantes de Castro poco y nada de ruido habían hecho hasta ese momento. El único reclamo efectuado había sido la orden de paralizar la obra por parte del municipio por la infracción al permiso aprobado (exceder cuatro pisos respecto de la altura permitida), que además no había producido efecto alguno. Fue dramática la indiferencia, que hasta ese minuto, mostró la comunidad, porque de no haberse publicado la famosa foto, probablemente el edificio se habría construido, sumándose con ello a las aberrantes experiencias de San Antonio y Puerto Montt, en donde obras similares se hicieron a vista, paciencia y silencio de todos. Total, hecha la construcción e infringido el permiso otorgado, pensarán sus dueños, a lo más les cursarán una multa. A nadie se le podría cruzar por la cabeza una demolición, aún cuando es lo que corresponde.
Pero con el correr de los días la discusión ha ido decantando y los cuestionamientos han comenzado a apuntar más al tamaño, diseño, modo y lugar en que se está construyendo el mall, que al hecho de construirlo, porque al final del día, los chilotes quieren el mall. En Castro, donde la lluvia, el frío y el barro limitan las actividades recreativas de sus habitantes, el invierno dura ocho meses y las grandes ciudades se encuentran a varias horas de camino, lo ven como algo que les va significar realmente una mejora sustancial en su calidad de vida, lo cual, no puede en caso alguno dar pie, (como se pretende por unos) para que quienes construyan estos edificios hagan lo que quieran, como quieran y donde quieran, pasando a llevar normas, entorno, cultura, arquitectura y otros tantos elementos de la identidad del lugar.
Claramente la necesidad está, y ésta existe en la mayoría de los casos en que se opta por desarrollar estos proyectos, por lo que más que negarse a construir malls, la verdadera solución pasa por lograr un cambio de mentalidad en quienes los edifican y sus dueños. Cambios que son posibles y ya se han implementado en lugares tan conocidos como Espacio M (esquina de Morandé con Compañía), donde se logró conjugar la modernidad de un centro comercial con la tradición de la fachada del antiguo edificio que había.
Estos cambios, a fin de cuenta, son indispensables para terminar con la mentira de que el progreso y la creación de fuentes de trabajo exigen dejar profundas marcas que manchan de forma definitiva nuestras ciudades y destruyen sus identidades. Por lo mismo urge que los dueños e inversionistas de los proyectos se hagan cargo de este problema, porque si no son ellos quienes se den cuenta de que no sólo se trata de tamaño, pisos y plata, seremos todos los que seguiremos viendo como día a día en las ciudades costeras de nuestro país, la canción que dice sentados frente al mar es reemplazada por una nueva que dice sentados frente al mall.
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