Al dia siguiente de la promulgación de la Ley Antidiscriminación fui a trotar al Parque San Borja, ubicado a tres cuadras de mi casa. Al empezar a correr, y por el lado más cercano a la Alameda, vi una cocina a gas y un balón amarrados a un árbol, unos pastelones de cemento descargados de algún camión y junto a éstos un hoyo hecho en la tierra. Al pasar por segunda vez, mirando curioso, vi que salía tierra desde dentro del hoyo. Ahí había alguien.
Me acerqué y un hombre estaba, efectivamente, sacando tierra con una pala. Le pregunté que qué iban a hacer. Con la cabeza hizo un gesto hacia la animita a sus espaldas: “le van hacer un monumento al flaquito”. La animita de Zamudio estaba con flores frescas y unos girasoles grandes, no era difícil suponer que por lo del día anterior. Como el tipo era amable, conversamos sobre el tamaño del monumento y el tiempo que demorarían en construirlo, y después de eso me despedí.
Cuando ya estaba elongando vi que un guardia motorizado de la municipalidad pasaba haciendo una ronda. Su “rutina” consistía en detenerse frente a las pocas pareja gay que habían y con el motor encendido, a uno o dos metros, se los quedaba mirando. Algunos se quedaban inmóviles, mirando al horizonte, como aguantando la respiración. Otros se reían y ensayaban un beso, pero inevitablemente terminaban cohibidos por el personaje y el traqueteo cercano del motor.
Lo llamativo, casi sobra decirlo, es la ocurrencia de dos eventos que, con treinta metros de distancia y minutos de diferencia, van en direcciones totalmente opuestas. Mirando la moto recorrer el parque pensé que era difícil imaginar un mejor ejemplo de una institucionalidad contradictoria. Lo que pensé después es que la actitud del guardia no era parte de un criterio institucional, sino muestra de algo más profundo y lento de cambiar.
Al irme pasé por donde estaba el motorista, que ahora conversaba con el guardia de la caseta del parque. Le pregunté que qué les decía, y me dijo que era que se fueran a otro lado a darse besos, porque ese era un parque decente. Le hice ver lo irónico de su actitud dada la ley recién aprobada, más encima en el mismo lugar donde hace cuatro meses habían golpeado a Zamudio. “A este parque también vienen niños, y ellos no lo ven así” me respondió, muy seguro de su altruismo. Sólo cuando argumenté que también de esas parejas que se besaban provenía su autoridad -y su sueldo- pareció detenerse a pensar. Algo.
No hay duda que la Ley Antidiscriminación es un grandísimo triunfo para todos los que desde hace varios años venimos abogando por una sociedad más libre, un hito que hay que celebrar, pero lo que acabo de relatar recuerda lo erróneo de una lógica prescriptiva y del confiar que por la sola acción de la ley se producirá un automático reordenamiento mental. Ultimamente Chile ha cambiado para bien y muy rápido, pero hay tantas cosas que están por ocurrir (por ejemplo, los efectos de la nueva ley en los sectores indígenas, en donde tendrá probablemente su aplicación más poderosa).
Por otra parte, no creo útil reaccionar con alarma si frente a nosotros alguien le dice a otro “maraco” por no ir a comprar más carbón para el asado. En pos de no derrochar nuestra energía será fundamental diferenciar lo importante de lo que no lo es, la conducta sistemática de la eventual. Servirá cuestionar la hipocresía pero también tener paciencia con los demás, al menos la misma paciencia que guardamos para los errores propios. Si la discriminación es un asunto cultural, cada uno se irá haciendo cargo de él de una forma única (“cultural” significa impersonal).
Esa misma noche, en el metro, un grupo de jóvenes molestaba a uno de ellos porque el cable de sus audífonos era rosado. Eran hombres y mujeres –sobre todo mujeres- e iban al medio del vagón formando un círculo, y el molestado se defendía: “es rojo pasión, rojo ferrari”. Era viernes, iban contentos, se reían. Aunque sólo era un tópico que usaban para divertirse un rato, el hecho representa, en su faceta más secundaria y graciosa, uno de los tantos fenómenos que de seguro se transformarán en las décadas siguientes. En el futuro los historiadores lo contarán así: primero hubo un asesinato, después salió una ley, y luego, sangre y sudor mediante, cambiamos nuestro modo de vivir.
Entradas relacionadas: