Por Diego Bustos Neyra.
Uno de los principales fundamentos para asegurar el progreso y desarrollo de una nación es, sin duda alguna, la institucionalidad y la percepción social sobre la misma.
Hace algunos años (en mi opinión desde Frei Ruiz-Tagle) las instituciones políticas han ido cayendo en un constante proceso de deterioro. No obstante ello, es hoy cuando los temas son cada vez más evidentes, lo cual se debe principalmente a las consecuencias de la rapidez y el extenso alcance de las comunicaciones.
El Chileno, en general, ha perdido la real confianza en los partidos políticos y quienes los conforman, así también el interés por el acontecer nacional ya no es prioridad informativa del grueso de la población como si lo fue en otros tiempos.
Todo ello puede explicarse desde distintas aristas.
Bien podemos atribuirle culpas a la vergonzosa televisión de hoy, que parece esforzarse por fomentar la proliferación de personas y situaciones que no aportan en absolutamente nada al intelecto ni al desenvolvimiento da nadie; me refiero a algo tan sencillo que es entendible solo comparando cuántas horas diarias destinan los distintos canales de televisión abierta a cubrir los conflictos entre modelos (que de modelos no tienen mucho), la infidelidades de los futbolistas o la celulitis de tal o cual, versus la contingencia política o noticias que aporten a la cultura general de todos nosotros.
¿Qué nos queda entonces? Cuando mucho podemos recurrir a la prensa escrita y ¿quiénes son los que leen? Seamos realistas, sabemos que no precisamente los jóvenes en quienes depositaremos el futuro de nuestro país.
Otro factor que incide en la decadencia de la institucionalidad, evidentemente, es la conducta de los políticos, y con ello me refiero a los que están y no están en el poder. La política nacional se ha ido convirtiendo paulatinamente en un verdadero circo.
Por su parte la clase gobernante ha caído en errores tan evitables como la sobreexplotación de distintas situaciones en las que pudieran generarse puntos a favor (el caso de los mineros, la obtención de algunos realmente miserables puntos de aprobación en X encuesta… por mencionar sólo algunos). El interminable chaqueteo entre los personeros de Gobierno que se muestran en un constante “gallito” por la banda presidencial es otra arista a considerar en la falta de credibilidad de la gente.
La concertación, en tanto, ha caído en un rol deprimente de criticarlo absolutamente todo sin proponer soluciones viables. Se han mostrado en contra, incluso, de los intentos de mejorías en errores que ellos mismos cometieron. Sí señores! No seamos ciegos ni caigamos en burlas sobre la frase que dice “es culpa del Gobierno anterior” porque realmente es así. Hay varias cosas que hoy podríamos estar evitando o llevando de mejor manera si la gestión de Bachelet hubiese sido un poco más que una sonrisa.
El ala izquierdista de la política ha incidido, además, en la falta de institucionalidad, debido a los interminables roces internos que se han ido gatillando por el hambre de poder de gente que de vocación de servicio público pareciera quedarles bien poco.
Por lo anterior, es que hoy nos encontramos inmersos en un escenario político deplorable. Una realidad en la que parece más importante averiguar qué político ha fumado más marihuana en su vida versus la problemáticas de vivienda en zonas extremas o la educación nacional; o bien, donde el vicepresidente del senado discute si su accidente de fin de semana en moto de nieve fue o no un accidente laboral, mientras que perfectamente podría dedicar, al menos la mitad del tiempo que ha dedicado a ello, para hacer su trabajo y, por supuesto, a hacerlo bien.
Que no nos impresione, entonces, cuando vemos a un grupo estudiantil con más credibilidad que los sectores políticos. No nos llame la atención cuando varios de los estudiantes celebran ello aun cuando se han posicionado con un tan bajo porcentaje.
No tratemos de buscarle una explicación a la alta aprobación que obtiene Bachelet estando fuera del país, sin opinar de nada realmente importante para ninguno de los chilenos y evitando toda responsabilidad sobre las atrocidades que dejó el tsunami en 2010. Y que no nos impresione, tampoco, que éste último punto esté quedando en el olvido.
Hoy somos un país que políticamente tiene tradición conservadora, tenemos una tendencia liberal en lo económico y en lo social no somos más que un híbrido de cuestionable futuro.
La imagen que quieren darnos los políticos es algo abismantemente distante a lo que terminamos percibiendo.
Creo que es tiempo de que los segmentos políticos se ordenen internamente. Es momento, también, de que el Gobierno prime el bienestar social por sobre la imagen de uno u otro político. Y ya estaría bueno, además, de que la población empiece a empoderarse y generar distintos pensamientos basándose en información de real importancia.
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