No sé si a ustedes les pasa, pero me parece que por estos días nuestro país es un lugar amargo. Un país con poca alegría, apático, sin ganas de sonreír. Lo único que revierte esta situación es un partido de la selección chilena.
Algunos dirán que es porque el Gobierno no los interpreta – ¿Tanto importa quién esté en La Moneda cómo para cambiar nuestro día a día? –; otros dirán que es porque no hay oportunidades de surgir (desempleo junio – agosto 7,4%); los más tecnológicos dirán que los comentarios que reciben en su Timeline de twitter los tienen mal; otros que no pueden comprar todo lo que quisieran para ser “felices”… Razones hay muchas, pero que los chilenos estamos apáticos, mal genio, incómodos, se ve con salir a la calle. Tal vez por lo mismo se espera con tanta esperanza que juegue y gane nuestro equipo de fútbol.
Más que buscar razones individuales, al parecer las razones suelen ser colectivas (sí, colectivas, algo que traspasa el “yoismo” tan común por estos días) y tienen que ver con algo llamado cultura. Cultura no sólo entendida como obras de teatro, el ballet o la Feria del Libro, sino más bien como la forma en que nos relacionamos, pensamos y actuamos con nuestro entorno. Y la razón principal de este desgano generalizado tiene que ver con la crisis que viven los factores que determinan la cultura, o sea, los factores que van modelando nuestra forma de vivir en sociedad.
El primero es la familia. Partiendo por la disgregación de “vidas” que existe en cada casa, se ve cómo cada integrante de la familia prefiere estar en “sus asuntos” antes que compartirlos con sus más cercanos. Su debilitamiento provoca tener niños sin un ambiente propicio para su desarrollo (muchos dirán que hay pésimos ejemplos, y claro que los hay, pero vamos por la generalidad y el ideal) y sin un objetivo claro de querer formar ellos mismos su misma familia, al no tener la posibilidad de conocer un hogar con mayúscula. Es decir, se ve en el horizonte un problema aún mayor.
Luego, los medios de comunicación. Sí, los medios, que se toman la mayoría de nuestro tiempo de ocio, y que informan y nos ponen en común los temas que ocurren en nuestra patria. Aquí el gran tema es la televisión, el principal medio integrador que tenemos. “Es verdad porque lo vi en la tele” es la frase que los chilenos decimos y escuchamos con más frecuencia que la que nos damos cuenta. La TV nos muestra una sociedad desunida, con olas de asaltos y violaciones, con modelos de jóvenes que pasan toda la tarde bailando o haciendo el ridículo con el sueño de ser “famosos”. ¿A eso aspiramos? ¿Qué le queda al joven que ha soñado toda su niñez y juventud con aparecer en la TV? ¿Para qué? ¿Qué se logra? Edmundo y tantos otros nos pueden contar su experiencia.
Algo similar es lo que ocurre con el mercado. El mismo que nos llama a encontrar la felicidad inmediata, una felicidad vacía y guiada por el “tener más cosas” como diagnosticara casi proféticamente Coco Legrand hace varios años en una de sus rutinas. ¿No nos quedó claro con La Polar que estamos dispuestos a gastar más de lo que ganamos… no sólo en un mes, sino casi en un año? Muchos pueden decir que la mayoría no tiene educación económica, pero ¿dónde queda la ética de los señores del mercado? ¿Cómo se va a culpar al papá que quiere comprarle la primera bicicleta a su hijo?, ¿Cómo hacemos para tener un sistema financiero más humano y que apele a cubrir las necesidades básicas y a satisfacer las otras en su justa medida?
Para terminar, me parece que los otros factores que determinan la cultura, son los más desprestigiados a la vista de todos: la política y la educación. Para cualquier argumento reafirmando estas dos crisis hay columnas y material por doquier.
En definitiva, no podemos hacer que la “La Roja” juegue todos los días (sino ahí sí que Alexis se lesiona más todavía), y cómo no podemos seguir en este ambiente hostil y vacío, creo que llegó el momento de actuar, de mejorar los factores que modelan la cultura, y así no tener alegrías pasajeras como nos ofrecen los medios o el mercado, sino una alegría plena, sostenida y que nos permita volver a levantarnos cada día con una sonrisa. Y eso sólo es posible con personas comprometidas con trabajar en ello, dispuestas a dedicar más que su par de horas libres a la semana. Y con alegría, sino el remedio es peor que la enfermedad.
Hace algunas semanas atrás, en una entrevista realizada en el programa Tolerancia Cero, el Presidente Sebastián Piñera anunció que se enviaría al Congreso un proyecto de ley de primarias voluntarias y vinculantes financiadas por el Servicio Electoral, junto con otro proyecto sobre elección directa de Consejeros Regionales (CORES) que iría en el marco de una reforma a la administración regional.
El tema de las primarias cobró una especial relevancia en la pasada elección presidencial cuando la Concertación realizó un pésimo proceso cargado de subterfugios para proclamar a Eduardo Frei como su candidato presidencial, que de paso potenció la candidatura de Marco Enríquez-Ominami. Desde entonces se ha discutido la idea de hacer que las candidaturas a cargos de elección popular sean ratificadas mediante procesos de primarias en vez de instancias cerradas de decisión.
Por su parte, el tema de la elección de CORES ha estado siempre en el tapete, aunque todas las iniciativas al respecto han estado durmiendo el sueño de los justos en el Parlamento durante varios años, tal como gran parte de las iniciativas de ley relacionadas con descentralización. Si se ven estas iniciativas desde un plano general, éstas constituyen un avance al cambiar parte de las prácticas que definen el quehacer político en nuestro país, y por hacer recaer parte de los procesos de decisión en los votantes. Sin embargo, al entrar a analizar con mayor profundidad, es posible afirmar que estos proyectos son en sí incompletos o insuficientes.
¿Por qué? Partamos primero por el proyecto de elección de CORES. Si vemos la forma en que hoy se les elige, que pasa por la votación de todos los concejales electos de la región, constituyendo de esta forma un sistema de elección indirecta, obviamente es positivo que dichas autoridades sean electas directamente por los propios votantes. El problema radica principalmente en las pocas o nulas atribuciones y potestades que la ley les otorga a los gobiernos regionales, que están atados de mano en materia fiscal y tienen que aceptar que las decisiones de inversión regional vengan en gran medida ya definidas desde Santiago. En pocas palabras, el asfixiante centralismo chileno termina por estrangular una iniciativa descentralizadora relevante como ésta antes de nacer. Elegir directamente a los CORES con el statu quo actual serviría solamente para elegir autoridades con poco margen de acción, lo que de momento podría volverse poco efectivo.
En el caso de la ley de primarias, el asunto se vuelve más complejo. Es cierto que se vuelve necesario, en aras de la representatividad política, que las candidaturas se ratifiquen en procesos de primarias abiertas y vinculantes. No obstante, si el objetivo de esta iniciativa es, por un lado evitar que el fiasco de la primaria concertacionista del 2009 se repita, y por otro hacer que un sector que siempre ha decidido sus candidaturas entre cuatro paredes haga primarias de una buena vez, entonces se hace necesario que las primarias además de ser abiertas y vinculantes sean obligatorias manteniendo la autonomía partidaria, ya que en este caso la voluntariedad genera espacios para que las cúpulas partidarias recurran a subterfugios y vacíos para realizar procesos viciados de proclamación y/o ratificación de candidaturas.
Por otro lado, respecto al tema de las primarias, la gran camisa de fuerza que neutraliza un posible efecto positivo de esta iniciativa es el sistema binominal y las falencias de los partidos políticos, magnificadas por una legislación que a todas luces se ve obsoleta. En ocasiones, los sistemas electorales y el marco institucional definen la conducta de los partidos políticos que compiten en un sistema político. Sus características y normas inciden al momento de definir candidaturas, establecer estrategias de campaña e incluso en la posibilidad de prever resultados. Aspectos como la trampa de los doblajes en el binominal, la distribución de los distritos electorales, la falta de transparencia y controles externos de los partidos, la dificultad para presentar candidaturas independientes y la cuestión del financiamiento de partidos y campañas hacen que, mientras no se aborden estos problemas y se establezcan soluciones, el impacto de hacer primarias vinculantes sea muy bajo en virtud de lo que se busca lograr con esta iniciativa.
Las reformas políticas, desde que se volvió a la democracia en 1990 se han caracterizado por dos cosas: Por realizarse de forma inorgánica, y por realizarse para mantener intactos los aspectos más relevantes, que hoy son abiertamente cuestionados. Dado el escenario actual, donde la representatividad de los partidos y la clase política va cayendo en picada, realizar reformas que mejoren la institucionalidad político-partidaria se vuelve de suma importancia si se quiere evitar un desenlace caótico para el sistema político chileno. Tomando lo anterior, las iniciativas anunciadas por el Presidente Piñera son bienvenidas al abrir un debate necesario en dos frentes: Representatividad y Descentralización; sin embargo es importante, e incluso crítico, que estas reformas políticas se diseñen y se discutan de forma sistémica, que al abordar un tópico se vea de inmediato el efecto que tendrá en otros puntos para elaborar respuestas más integrales a los problemas que enfrenta el sistema político.
En conclusión, es posible afirmar que estos proyectos son muy importantes al abrir ventanas que permiten discutir a fondo en el contexto actual aspectos clave de nuestra institucionalidad, pero el éxito o fracaso de estas reformas no pasará por la votación que puedan obtener en el Parlamento, sino que más bien por la factibilidad de que el debate sobre reformas políticas se aborde de forma más integral y se haga una agenda macro de cambios institucionales que permitan dejar atrás la gatopardiana historia de las reformas políticas de la transición. O sea, ahora es cuando para debatir cambios, pero que se discutan de verdad y a fondo, o de lo contrario no se logrará nada.
“Si la información y el conocimiento son centrales para la democracia, son condiciones para el desarrollo”. Kofi Annan
Durante el período comprendido entre los días 6 y 12 de junio del corriente año, tuve la oportunidad de viajar a la República de Chile, en virtud de haber sido consagrado ganador del concurso sobre acceso a la información pública que organizaran la Asociación por los Derechos Civiles (A.D.C.) y la Universidad de Palermo, casa de estudio de la cual soy alumno de posgrado actualmente.
La República de Chile es uno de los países de Latinoamérica que, entre varios de la región como ser los casos de México y Uruguay, cuenta con una ley de transparencia y acceso a la información pública (ley 20.285), la cual entró en vigencia en el año 2009. Esta ha sido una de las reformas más profundas que se han generado en la agenda de probidad y transparencia del gobierno de Michelle Bachelet y, sin dudas, marcó un punto de inflexión en la vida política de ese país, en tanto introdujo modificaciones en el diseño institucional que han conllevado a la conformación de un estado más accesible para los ciudadanos y, por ende, de mayor raigambre democrática.
En este sentido, la ley de transparencia ha establecido un bloque de información mínimo que todos los órganos del estado deben exponer al público en forma obligatoria y proactiva a través de sus sitios web; ésto se denomina transparencia activa. Luego, ha delineado un procedimiento mediante el cual todos los ciudadanos pueden solicitar información a dichos órganos, sin cumplir con formalidad alguna, ni justificar su pretensión, lo cual se ha llamado transparencia pasiva.
Por otra parte, se ha incorporado a nivel constitucional el principio de publicidad de los actos de la Administración, conforme el cual toda aquella información que se encuentra en poder del estado se presume pública, y su reserva sólo puede ser invocada cuando se presenten determinados presupuestos fijados por ley (seguridad nacional, afectación de las tareas del organismo, etc.), recayendo en el órgano requerido la obligación de acreditar en forma fehaciente tal extremo.
Asimismo, en el marco de la ley de transparencia, se ha creado un organismo de control y fiscalización denominado Consejo para la Transparencia –www.consejotransparencia.cl-, que funciona como autoridad de aplicación ante los reclamos que se generen en torno a dicha temática; es importante remarcar el reconocimiento positivo que dicho consejo posee por parte de los usuarios de la ley, en tanto sus integrantes cuentan con una reconocida independencia del poder político central.
Como parte de la agenda que transité en mi estadía en Chile, tuve la posibilidad de entrevistarme con los principales integrantes de este organismo, como así también de presenciar audiencias orales y públicas en las cuales se expusieron casos de amparo al acceso a la información; y asimismo participé de una reunión interna donde pude observar el modo en que se debaten y resuelven los casos llevados a su conocimiento. Esta interacción directa me he permitido advertir el rol fundamental que el Consejo ha desempeñado en la aplicación de la ley de transparencia.
Por otra parte, he notado la importancia que han tenido en este proceso las organizaciones no gubernamentales, quienes sin duda se han transformado en actores de vital importancia a la hora de impulsar y fiscalizar las políticas de transparencia estatal. Con este norte, me entrevisté con los directores de las fundaciones Ciudadano Inteligente y Pro acceso, las cuales, desde ópticas distintas, realizan actividades y proyectos en pos de profundizar el acceso a la información que se encuentra en poder del Estado y lograr transformarse en un canal de comunicación entre ésta y los ciudadanos.
A partir de este panorama, debo resaltar la apertura que he observado en el vecino país en torno a la información pública, esencialmente a partir de la entrada en vigencia de la ley de acceso a la información; como así también el modo positivo en que se fomenta la cultura de la transparencia respecto de los organismos y funcionarios públicos, en contraposición con el secretismo que reinó en épocas anteriores.
Como corolario, entiendo importante remarcar que la libertad de expresión es un derecho fundamental sobre el cual se debe cimentar una sociedad democrática y, con este norte, la posibilidad de acceder a la información que se encuentra en poder del Estado juega, sin lugar a dudas, un rol fundamental en su desarrollo.
Esto nos muestra de manera evidente la importancia de contar en nuestro país con un texto legislativo específico que reglamente el ejercicio de tal derecho, pues será una herramienta fundamental a fin de lograr la conformación de un sistema estatal que se ajuste a los estándares de transparencia exigidos a nivel internacional y, de esta forma, procurar una mayor participación de los ciudadanos en las decisiones estatales, a través del control de los actos de sus representantes. La implementación de prácticas sobre transparencia es un imperativo de las sociedades democráticas, las cuales en forma cada vez más creciente exigen a los funcionarios públicos que las administran que rindan cuentas sobre sus gestiones, para lo cual necesariamente deben encontrarse adecuadamente informadas.
No se puede negar que aquellas decisiones que sean adoptadas en las sombras, generarán en los ciudadanos un alto grado de desconfianza y, como consecuencia, un paulatino deterioro institucional, mientras que aquéllas que sean transparentes y permitan ser sometidas al escrutinio público, no sólo implicarán un mejoramiento en las prácticas de los organismos públicos, sino que producirán un afianzamiento de los mismos y, como resultado de ello, una profundización de nuestro sistema democrático.
Hablando con una amiga, me di cuenta de lo desconcertados que estamos los concertacionistas. Mis sentimientos hacia el sistema político-económico eran tranquilos y de protección hasta marzo de 2010; hoy no lo son. ¿Oportunismo político? ¿Intento de destrucción de un gobierno por el que no voté? ¿Estoy picado?. Siendo súper objetivo, Piñera –más allá de las estupideces valóricas de la UDI y de sus conflictos de interés- no ha hecho nada muy distinto de lo que hicimos por 20 años. ¿Porqué ahora es distinto? ¿Porqué ahora me irrita?
Cuando la Concertación ganó la elección presidencial de 1989, la propuesta era de cambios. No nos gustó el sistema político-económico que se impuso a la fuerza por la dictadura. El sistema político generaba una democracia protegida o limitada, donde los militares tenían un poder inadmisible para un país libre. El sistema económico establecía la “iniciativa privada” sin contrapesos, donde la ley de la oferta y la demanda resolvían toda problemática.
Ante un quiebre violento, la Concertación, desde el PS a la DC, aceptaron las reglas del juego, a fin de un cambio paulatino. Fue la época de “la medida de lo posible” y de la “democracia de los acuerdos”, lo que se parecía bastante a un co-gobierno, con un fuerte poder de veto de los militares y grupos fácticos de la derecha.
Esa estrategia, es absolutamente entendible los primeros 8 años de gobiernos democráticos: Pinochet estaba en la comandancia en jefe y el riesgo de un golpe de Estado o regresión autoritaria era evidente. Es difícil que la nueva generación pueda entenderlo. Yo lo entiendo, porque viví en esa época. Las elecciones parlamentarias de 1997 y la salida de Pinochet de la comandancia en jefe en marzo de 1998 desnudaron nuestros sentimientos al respecto (nuestras bajadas de bandera, como dijo Garretón), y aparecieron 2 almas transversales en los partidos de la Concertación: los autocomplacientes, que creían muy valorable todo lo avanzado en materia de libertades políticas y de combate a la pobreza, y los autoflagelantes, que criticaban haber perdido el alma de cambios en nuestra alianza, haber aceptado el sistema de Pinochet.
La discusión se mantuvo siempre escondida, bajo la alfombra, porque “había que asegurar la gobernabilidad”, por miedo a los militares, o por lo que fuere. Aunque la lucha electoral, fue más estrecha, aún quedaban 2 victorias presidenciales que mantuvieron la discusión low profile.
Llegó el momento de la derrota, y al momento de discutirse las razones de la derrota, salió el tema a la luz. Los autocomplacientes argumentaron, por cierto, que si eso fuera verdad, habría ganado un candidato a la izquierda de la Concertación y no a la derecha. Sin embargo, a mi entender, y como dice Tironi, no entendieron que la victoria de la derecha fue un accidente: No ganó la derecha, perdió la Concertación. Ante un programa moderado y centrista del candidato Piñera, se castigó la inconsecuencia del arcoíris y sus malas prácticas al momento de gobernar, que –dicho sea de paso- eran muchas. Y esto aún no lo entiende la dirigencia de nuestros partidos. ¿Y qué pasa con la gente de a pie, los que no perdimos cargos por perder el gobierno y no tenemos cargos por los que luchar en las próximas elecciones? Bueno, lo que pasa es que tuvimos que asumir el porrazo de enero de 2010 y asumir de un sopetón nuestras propias inconsecuencias. Porque la culpa no es sólo del chancho, sino también del que le da afrecho; en este caso, de quienes votamos 20 años por la Concertación. Veo las demandas estudiantiles y son absolutamente justas. Veo las demandas de Asamblea Constituyente y nueva Constitución y las encuentro justas y obvias. Siento un estado de “choreamiento” que no es consecuente con mi cautela y complacencia de hace sólo 1 año y medio.
En lo personal, creo que es mejor asumir los errores y complacencias del pasado, corregirlos y proponer algo a futuro. Ante el duopolio político, me veo sin alternativas electorales a corto plazo, a menos que la Concertación o la alianza que la sustituya enmiende su horizonte en miras a las próximas elecciones. Tengo súper claro que de estas movilizaciones sociales no se van a lograr cambios de fondo en este gobierno, sólo cambios cosméticos; por eso es importante, que mi alianza haga un mea culpa y proponga al país cosas básicas.
Por lo pronto, el pacto social generado en 1988-1989 que dio origen a esta transición interminable (y que dio origen a la misma Concertación) se quebró, se terminó. Es necesario proponer un marco constitucional nuevo, plebiscitado o generado a través de una asamblea constituyente o la mezcla de ambos, en que el poder constituyente del pueblo maque las nuevas reglas del juego.
En lo político, se necesita un sistema participativo, no de elite; eso se logra con primarias obligatorias para todos los cargos de elección popular, elegir intendentes, limitar la reelección de todas las autoridades, incluir en el tejido constitucional instituciones de democracia directa (como la iniciativa popular de ley, la revocatoria, etc.), establecer un sistema semi-presidencial, en que exista una figura fuerte en la presidencia, pero que no sea un rey sin corona como existe ahora. Demás está decir que se necesita un sistema electoral proporcional.
En lo económico, no soy anti-empresarios ni anti-iniciativa privada, pero me parece que hay un ámbito en el que ellos deben estar, con normas laborales y medioambientales claras y de protección. Hay otros ámbitos (educación, salud) en que el Estado debe tener un papel clave; en que el lucro sea retirado. También se necesita una reforma tributaria de verdad, a nivel de un país más avanzado. Es inmoral que los bancos ganen miles de millones de dólares al año, en que el sueldo mínimo sea poco más de 180.000 y en que el Estado no garantice, al menos, una educación y salud gratuita y de calidad.
Para mí sólo un pacto social nuevo en base a esos mínimos parámetros, nos posibilita salir del atolladero en que nos encontramos ahora. Si los políticos, especialmente los que se llaman a sí mismo “progresistas”, no están a la altura, esto será una olla de presión que en algún momento va a explotar. Porque las crisis no se dan sólo por golpes de estado, sino también por ilegitimidad de quienes nos representan. Me declaro observante de la realidad política, a la espera de programas y propuestas serias de gente que tiene en sus hombros la conducción de mi país. Pensar más en el programa, que en el candidato.
03 de Octubre de 2011
Panelistas: Felipe Heusser, Felipe Alvarez y Juan José Soto.
Invitada: Leslie Power, psicóloga.
12 de Septiembre de 2011
Panelistas: Felipe Heusser, Juan José Soto y Álvaro Castañón.
Invitada: Carola Fuentes, periodista de CNN Chile.
29 de Agosto de 2011.
Panelistas: Felipe Heusser y Juan José Soto
Invitado: Giorgio Jackson, Presidente de la FEUC.
Lunes 22 de Agosto de 2011.
Panelistas: Felipe Heusser y Pedro Daire.
Invitada: Valentina Insulza.