La política es como una torta de milhojas
Por Marco Enríquez-Ominami
En este tipo de torta se supone una arquitectura a prueba de terremotos: cada lámina de masa: cada capa de masa se adhiere a la siguiente por el manjar que las une, y así sucesivamente. Si la historia y la vida funcionaran de esta manera, el cambio no existiría o no podríamos concebir que todos los sólidos se disuelvan. El sueño de todo conservador, sea de izquierda o de derecha, estalinista o fascista, es que la historia sea estática, que la realidad, estúpidamente, corresponda a sus esquemas mentales y políticos: una torta de milhojas violada por el hambre de un niño. Al fin y al cabo, el clivaje central, en toda la historia de la humanidad, se mueve entre la inercia y el cambio, entre conservadores e innovadores.
Como ocurre con la torta de milhojas, la mayoría de los políticos de statu quo prefieren que ésta sea impoluta – no se produzcan terremotos que destruyen sus perfectas estructuras o no sean comidas por el hambre canina de los niños. En el fondo, lo que ellos quieren es que las instituciones sean eternas, inmóviles cual pirámides, a través de la historia. Esta tendencia a lo estático es inevitable en aquellos que están contentos con la vida y el sistema.
Si profundizamos en nuestra historia, jamás este tipo de políticos pudo entender, por ejemplo, en 1924, la podredumbre del sistema de partidos plutocráticos, propios del régimen de asamblea, 1891-1925. En el fondo, siempre e inevitablemente, el político de statu quo no entiende los cambios que ocurren a su alrededor. Pedirle que defina cuál es el clivaje central sería una crueldad, pues su estructura mental y sistema de intereses y cálculo le impiden comprender cuál es el conflicto profundo que traspasa la sociedad.
Pienso que en Chile estamos viviendo el período previo a un gran cambio histórico y, como siempre podemos confundirnos, entre los pisos de la torta de milhojas y la verdadera ruptura. Existe un gran abismo entre la tozudez de los políticos del duopolio, que todo lo entienden como el reparto de cargos, los juegos de poder y una gran masa de personas que están hastiadas de ser violadas por monopolios, duopolios y colusiones que podían hacer lo que quisieran con ciudadanos convertidos en deudores y consumidores, no muy diferente posición a la de los antiguos esclavos.
El Chile borrego soportó veinte años de transacción permanente para luego despertar, entre otros fenómenos gracias a seis meses de manifestaciones estudiantiles. Cuando el cordero se transforma en león, no puede más que temblar ante el verdadero quiebre entre una seudo-imperfecta-insuficiente democracia y la verdadera participación popular.
Pienso que en el tema de las cargas públicas no se discute sobre un sistema impositivo sobre más o menos impuestos, sino que sobre un modelo de nación y una forma de desarrollo. Las preguntas de algunos de los economistas, con respecto al tema de los impuestos, son ingenuas: es evidente que necesita recaudar más dinero si estos recursos se destinan a la educación y la salud, preferencialmente. Está claro que no podemos continuar un segundo más con una subvención preferencial de $60.000 cuando se requiere, al menos, el doble o el triple, ni con el per cápita en salud, que es ridículo si se compara con los demás países del OCDE. Para qué hablar de educación gratuita o de nivelar la cancha entre ricos y pobres.
A diferencia de los hipócritas del patriotismo y del nacionalismo, algunos empresarios ultraconservadores, fanáticos nacionalistas entre algunos militares y otros organismos, el amor al país debe demostrarse con obras y no con palabrería hueca, es decir, que en responsabilidad de las cargas públicas se pruebe, en la práctica, el amor a Chile. En verdad, la mayoría de los personeros de estas instituciones de facto han demostrado todo lo contrario – las farmacias, las empresas de transporte y los polleros – no han hecho otra cosa que perjudicar a los pobres.
Algunos de los grandes empresarios y los principales contribuyentes en el impuesto patrimonial saben, a la perfección, la práctica de la elusión y, al final, terminan en el ridículo de que un gerente de empresa paga proporcionalmente menos impuestos que su propia secretaria y que los únicos tontos que llevan el peso de la carga son los trabajadores, a quienes descuentan por planilla, y los pobres que, además de la colusión de farmacias, transportes y pollos, terminan aportando alrededor del 50% de la carga tributaria.
En el año 2009, fuimos los únicos que propusimos una reforma tributaria con detalle para financiar la revolución educacional y en salud. Tanto Frei, como Piñera nos acusaron de demagogo o populista. Hoy esta iniciativa forma parte del sentido común, salvo de algunos megaterios.
Reitero los principios y sugerencias que creo debieran enfocarse en una reforma tributaria y que sugiero sean parte del debate:
1- Recaudar más recursos para el fisco, con una clara destinación a educación y salud. La meta debiera ser aumentar, al menos, un cuarto del PIB en ambas áreas.
2- Aumento substancial de impuestos a las utilidades de las grandes empresas, de un 20% al 30% permanente.
3- Aumento permanente del IVA a un 20%, incluyendo, por cierto, las industrias madereras e hidroeléctricas
4- Un impuesto del 50% a las termoeléctricas y a todas las industrias que atenten contra el medio ambiente. Una suerte de eco-impuesto.
5- Una rebaja permanente del IVA al 10% a todos los productos de la canasta popular, y a un 7% al pan, al pollo y a la carne. Esta rebaja del IVA incidiría favorablemente en el índice de inflación, por consiguiente, podrían obligar al Banco Central a bajar las tasas de interés e incentivar la actividad económica.
6- Premios tributarios a las pequeñas y medianas empresas que contraten más trabajadores, es decir, el Estado les entrega recursos en vez de cobrarles, experiencia que ha sido probada mundialmente.
7- Rebaja tributaria a las familias que gasten en educación de sus hijos.
8- Aumento substancial del impuesto local para la segunda habitación de veraneo.
9- Un IVA de un 22% para todos los productos suntuarios.
10- Una repatriación de capitales, con una tasa de un 6%.
La reforma tributaria debiera servir para poner fin al Chile segmentado. No se trata de recaudar para que usufructúen los miembros del duopolio, sino para realizar una profunda revolución igualitaria. Como ocurre con las tortas de milhojas, los miembros del statu quo no podrán captar la profunda revolución que se está produciendo en Chile, es por eso que conservadores fascistas de derecha y de izquierda, no han entendido nunca el sentido de la historia. No entienden que todos los sólidos se desvanecen en el tiempo y que el arte de la política es descubrir las contradicciones y enfrentarlas en forma radical.